jeudi 15 avril 2010

Número 2 de la Serie “Fotos erradas”

Revancha y último trago. Iso 200, f 8, 1/60

Es medio dia. Sábado. Entro en un bar. Un bar de la calle St-Denis en pleno corazón de Montreal. El lugar está vacío. Sólo tres tres parroquianos. Uno en la barra y dos en una mesa junto a la puerta. Tomo un lugar junto a una ventana con vista a la calle. Desde aquí puedo ver la gente que camina en la calle. El barman-mesero me trae una cerveza. Casi medio litro de cerveza ¡Esos ingleses con sus medidas reales en onzas!

Estoy adelantado de diez minutos. Mi cita es a las doce y cuarto. Desde que vivo en Montreal tengo una puntualidad de ingles. Bebo mi cerveza. Observo a la gente que pasa por la calle. Bebo un trago. Miro a los ojos a una joven pasa en la calle. Tomo un trago de cerveza. Pregunto la hora a otra chava con una miniflada. Viejo truco que nunca funciona. Bebo mi cerveza.

Mi cita es con Enrique. Seguro que este cabrón va a llegar tarde. Es mexicano y sigue con la hora del centro de México. Bebo mi cerveza. Termino la primera cerveza.

Pido otra cerveza: una guerita, para cambiar.

Empiezo a jugar a los cerillos. Es simple. Una cajetilla de cerillos en el centro de la mesa. Minimo dos jugadores. Si un jugador localiza una chava linda, se apunta una cerillo. Un punto. Si un jugador dirige su mirada y saluda a una chava linda, son dos cerillos. Dos puntos. Si un jugador visualiza, saluda y dirige unas palabras a una chava linda, cinco puntos. Si la chava se sienta a la mesa para platicar. Ocho cerillos. Ocho puntos. Y si además la chava tiene buena conversación, Jaqué maté.

Pero estoy solo. Y aún así pierdo. Siempre perdí.

Saco mi libro. Intento leer. Pero el paisaje de la calle me distrae. El sol llega al zenit. La gente se activa en la ciudad. Un grupo de ocho viejos entran al bar. Buscan un lugar dónde sentarse. Meto la cabeza en mi libro. Y mis pensamientos en el paisaje urabano.

Sigo esperando en este bar. Doce cincuenta de la tarde. Un litro de cerveza en mi vientre. Cuarenta y cinco minutos de espera. Voy al baño.

Regreso del baño. El grupo de viejos están sentados en mi mesa.

-Perdón pero esa es mi mesa.
-Creímos que te habías ido, me dicen en francés.
-No.
-¿Te puedes cambiar? Por favor...
-No.
-Mira que ya nos instalamos.
-¿Y?

El barman entra en acción. Me ofrece algo que no puedo rechazar:

-Te ofrezco una cerveza si aceptas cambiar de lugar.

El mesero me la brindó pues soy parroquiano y doy buena propina. Pero sobre todo el muy cabrón pensó en la propia de los ocho viejitos.

Acepté. Acepté de cambiar de lugar pensado en que la Divina Providencia estaría de mi lado.
La cerveza cortesía del barman llega a mi mesa. Bebo un trago. Espero. Bebo y espero.

Los ancianos no platican entre ellos. Se miran y no dicen nada. Pasan diez minutos y aún no saben qué es lo que van a tomar. El mesero va y viene tres veces para responder a sus preguntas.
Bebo otro trago. Me acuerdo de mi libro. Olvido mi cita con Enrique.

Por fin los viejos deciden qué van a tomar. Bebo. Vuelvo a preguntar la hora. Casi una hora y media de espera. No me quiero ir. Si salgo ahora del bar, es como darles por ganada la batalla a los ancianos. No bebo, espero un poco. Dos chavas entran al bar. Bebo otro trago. Cuento mentalmente cuánto dinero me queda en el bolsillo. La última cerveza y me voy. Espero que el mesero-barman cruce mi mirada.

El mesero se aproxima con una charola. Una charola con ocho bebidas. Con la mirada le pido otra cerveza. Me dice sí con los ojos. Con la mirada le digo que se tome su tiempo. El mesero se aproxima lentamente a la mesa de los ancianos. Un viejo, con una playera de marinerito, se levanta. El viejo choca su antrebrazo contra la charalora de bebidas. ¡PLAF!

¡PLAF! Todas la bebidas salpican a los ochos comensales sentados en mi ex-mesa. Las bebidas caen sobre la mesa y los vasos al piso. Las bebidas escupen miles de colores claros y oscuros, dorados, colorados y blanca espuma sobre las ropas de los ancianos. Un arcoiris se forma al borde de la ventana, en el piso, en la mesa y en las caras de los viejitos. ¡Qué espectáculo!

Rapidamente pienso en los ajustes necesarios para una foto: Iso 200, f 8, 1/60 bastan para una buena exposición. Una buena exposición no para una foto de los ancianos. Sino de la sonrisa de placer en mi rosto. Desafortunamente ese día mi cámara Canon se quedó en casa. Último trago. Foto errada.

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